Además del estanque con la serpiente, la casa de mi abuelo tenía dos grandes abetos en la entrada cuyas ramas estaban repletas de pajaritos. Cuando caía el sol, salían en bandadas volando raso a la caza de moscas y mosquitos. A esa misma hora, las gallinas pintas que picoteaban el piso durante el día, juntaban fuerzas y hacían el único vuelo de la jornada hacia las ramas más bajas del abeto, en donde se acomodaban listas para pasar la noche refugiadas de los gatos.