

Esto que ven es el momento en que abrí la primera horneada exitosa con mi horno eléctrico. Esto, algo tan sencillo y básico para alguien que pretende vivir de la cerámica, supuso una odisea de cinco años.
Vayamos atrás hasta 2009. Yo me había decidido a estudiar cerámica y se me presentó la posibilidad de adquirir un horno a un precio más que módico, de una señora ceramista fallecida un par de años atrás.
– Es totalmente artesanal, se lo hicieron expresamente para mi hermana. ¡Bárbaro andaba! éste, el monofásico, ¡bárbaro!… – Aseguraba un señor entrado en años, con pocas dotes de vendedor, ante un armatoste evidentemente repintado, lleno de polvo y desconectado.
Como apreciarán en la foto, no sería un horno de última generación, pero a caballo regalado… Así que fui hasta zona oeste de gran Buenos Aires, y me tomé el trabajito de trasladar el chiquitín hasta mi casa. Cualquiera que haya trasladado un horno de estas características sabrá que no es fácil.
En esas fechas vino mi padre de visita des de Barcelona. Es electricista de formación y no tenía mucho que hacer así que aprovechó para instalarlo. Compró el cable, la térmica un enchufe y ahí estaba. Cuando él ya había regresado a su continente lo prendí y, pasados unos minutos, saltó la térmica general. Así que llamé a un instalador profesional que cambió el enchufe, cambió la térmica y aseguró
– Es viejo pero funciona señora, no tendrá ningún problema.–
Yo, europea inconsciente y abobada, quise estrenarlo un día caluroso de verano. Todos mis vecinos andaban con el aire acondicionado y a mi se me ocurrió nada menos que prender un horno de cerámica. Tardó como 10 horas en llegar a los 900ºC, y finalmente, se prendió fuego al tablero de contadores de los seis departamentos ¡Con eso digo todo!. Pueden imaginarse mi congoja… Vino Edesur, y por suerte yo no había confesado a nadie mi culpa porque resultó no ser culpa mía. Edesur no se había dignado a hacer la instalación correspondiente y los seis departamentos nos estábamos alimentando con un cable finito, el provisorio de la obra que no estaba preparado para alimentar los servicios mínimos de seis hogares. Así que hicimos la denuncia correspondiente y mientras reparaban la chapuza temporal que hicieron para volver a darnos luz, yo me volví a mi tierra natal.
Dos años más tarde, diciembre de 2011, volví. Ahí donde había un cable finito, teníamos tres cables bien grandotes, y un tablero nuevo con contadores ¡nuevos y digitales!. Yo, ya escarmentada, pregunté a los técnicos de mi escuela.
-Es un horno de este tamaño, etc…
-Noooo, para esto no tendrías que tener problema. Vos lo que tenés que hacer es prenderlo, fijate en la lectura del contador entonces y una hora después, así sabés cuánto consume.
Así lo hice, cuando fui a fijarme una hora después la pantalla del contador digital estaba negra y olía a humo…. Apagué todo. Me hice un hornito a gas, chiquito, ¡hermoso! y tiré de horno de amigos. Yo miraba el mío de reojo y le decía que no era su culpa… A los meses tocan el timbre, aparece un técnico de la compañía que me dice:
-Señora, ¿ese contador es suyo?
-Sí
-Está todo quemado. ¿Ve? – me mostraba los cables de entrada medio derretidos- ¿Tiene algo que consuma mucho?
-No… bueno, el aire acondicionado pero… – mentí, porque además ni lo prendo…
– Estarían mal conectados señora, estos contadores se queman fácil.
Y el caso es que así era, yo que había vivido con sentimiento de culpa durante seis meses y resultó que todos los vecinos también habían quemado su contador digital y ninguno tiene un horno de cerámica… Las conexiones estaban flojas y no hacían bien contacto. Nos cambiaron los contadores por uno de los de toda la vida… Y pasaron unos meses más hasta que yo me decidí a tomar el toro por los cuernos. Paso uno: ir a la compañía y pedirles que separaran mi línea de la de los vecinos.
– Ningún problema. -dijeron en la compañía- Serán cien pesos.
– Imposible -dijo el técnico que vino-. Además no serviría de nada. Si no los junto acá, los junto allá arriba, y es lo mismo. Tiene que poner trifásica, llame a un electricista matriculado.
– Absolutamente injustificado. -Dijo el electricista matriculado-. Por este horno no hay que poner trifásica. Usted dele para adelante y si se quema el contador, problema de la compañía, le apuesto mi titulación a que no es el horno. Tienen que darle lo que le corresponde, y si no se lo dan es problema suyo.
Paso dos: revisión general del horno. Cambié todas las resistencias, que estaban tan viejas que se cortaban al intentar sacarlas y ya se habían soldad en distintos puntos. Me fui con mi muestra de resistencia rota en seis partes hasta casa Astrid. Armamos el rompecabezas de resistencia, midieron, pesaron, y afirmaron:
–Vienen espiraladas y prensadas, en 15 días están.
– Bueno. – dije yo muy segura, sin saber qué significaba exactamente eso de prensadas-.
¡Ahora sí lo sé!. Me costó una semana, varias ampollas y un par de cortes, pero estiré y coloqué las seis resistencias con mis manitos. Sellé bien todo el horno y lo pinté con caolín. ¡Listo!
Paso tres: Instalación. Vino Ricardo, ceramista, electricista, técnico en jefe de Patria Ceramista, e hizo una instalación como la gente, pasando el mismo cable que compró mi padre en 2009, directamente del contador hasta el horno, aprovechando la misma térmica que había en el tablero.
Finalmente ya estaba todo listo, menos mi cola de paja, que necesitó dejar pasar un mes y medio más. Además era verano, y los cortes de luz se sucedían día por medio. A estas alturas ya soy una europeíta menos boba. Este pasado lunes de carnaval, más o menos fresquito llegó el día. Me repetí a mi misma que dos técnicos y un electricista matriculado habían asegurado que no tenía que ser un problema. Me repetí que conocía como siete ceramistas con hornos de características similares que lo usaban en sus casas sin problema… Así que tomé valor y me dije… ¡a vida o muerte! Lo prendí… no saltó nada. Las primeras dos horas olí la caja de los contadores una media de veinte veces por minuto. No olía a nada. Y el horno subió, y subió y subió. Como un señor. Tardó cinco horas en llegar a los 1020ºC, y como 20 horas en bajar a 150ºC . ¡Yo sabía que no era tu culpa! le repetí varias veces.
Uno pensará que si me hubiera comprado un horno nuevito, nuevito, me habría ahorrado muchos problemas. Pero yo, personalmente, estoy más que contenta con la experiencia y enamorada de mi horno. Nos conocemos muy íntimamente. Por un módico precio me vi obligada a aprender a construir y manejar hornos a gas, a desarmar hornos eléctricos, a calcular sus resistencias, a montarlas, y a ante la duda, no hacerme cargo de nada ante las grandes compañías, al final ¡ellos hiceron siempre todo el lío!.